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Testimonio de experiencias y aprendizajes: Blog2

La Casa en la Montaña.

  • Foto del escritor: Rafael Govela
    Rafael Govela
  • 14 ene 2019
  • 3 Min. de lectura

(Una visualización guiada en una sesión de reiki (técnica De Hypno) con Ulf Weigel.



Es el vuelo de la imaginación y estos encuentros me llenan de alegría y me dan fuerza para seguir con mi mejor ánimo.


Cerré los ojos y relajado me dirigí a mi interior, sin expectativas, con el ánimo y la mente abiertos, acostado sobre la mesa de terapia para una sesión de reiki, e inicié el paseo por la cima de una montaña, donde la vista era espléndida. Estar en lo alto, cambia toda la perspectiva. El paisaje, desde las alturas, era radiante esa mañana.


El viento soplaba con suavidad, tuve una visión de 360 grados, ceñida en la distancia por una cadena montañosa, picos nevados y elevaciones recortadas contra un cielo azul profundo. Grandes nubes flotaban magníficas. Me sentí muy pequeño y extasiado ante tan imponente escenario. Antes de avanzar, me entretuve llenándome de esa belleza.


Empecé el descenso por una pequeña vereda que me fue metiendo en un espeso bosque de pinos. Respiré el fresco aroma de esos pinos caminando entre ellos, aprecié cómo el entorno se iba desplazando cuando avanzaba, pisé el colchón que forman las hojas caídas, vi la luz filtrándose entre ramas hasta tocar el piso, proyectando luces y sombras.


Era un caleidoscopio de colores, luces, armonía y paz, que me hizo recordar mis tiempos juveniles y las excursiones al campo y las montañas. ¡Qué tiempos tan felices! ¡Cuánta dicha llena de energía sin consciencia!


Seguí por la ladera de la montaña durante largo tiempo. Avancé tranquilo, apreciando la hermosura, hasta que la vereda se cerró entre piedras y matorrales. Crucé por entre los matorrales y pronto vi, escondido, un pequeño camino empedrado por el que, rozando y esquivando las ramas, avancé hasta que terminó en una pequeña terraza.


A la derecha, había un arco de piedra muy rústico, cerrado por una verja de hierro forjado, que me esperaba abierta. Un bello y muy grande jardín me sorprendió al entrar, era un jardín montañés medio salvaje, y escuché una voz: “Éste es tu jardín secreto.” Una gran emoción me invadió. Un enorme roble se erguía en el centro, donde nacía un caminito de tierra que me condujo hasta una cabaña.


Al llegar, subí tres peldaños, crucé el pórtico y entré. ¡Qué gran sorpresa al atravesar la puerta! Era un gran hall, largo y ancho. Su piso tenía grandes cuadros de mármol negros y blancos, intercalados, como un tablero de ajedrez (igual que el de la casa de mis papás). Estaba flanqueado por tres puertas entableradas en cada lado.


Elegí la segunda puerta de la derecha y entré en un ancho salón en penumbra, lo único que aprecié fue una gran mesa de madera en el centro. En la cabecera, había un enorme libro de pastas de piel (como un viejo diccionario que tenía mi papá), estaba abierto y me acerqué. Para mi sorpresa, la única palabra, escrita en ambas hojas, era “Amor”.


Me senté sorprendido y extrañado, pero en ese momento aprecié que mi padre y mi madre (como yo los recuerdo de niño) estaban sentados a mi derecha e izquierda tomándome las manos y me dijeron: “El amor es el mensaje, te amamos desde siempre, te llamamos por amor y te seguimos amando en lo más profundo de nuestro corazón.”


En eso, el salón se iluminó y me di cuenta de que estaba en el comedor de casa de mis papás, en medio de una comida de Navidad. Todos mis hermanos –que somos ocho–, mi abuela, mis tías queridas, mi hermano del alma Pedro. Toda la familia estaba presente, reinaba un gran júbilo. Todos sonreían comiendo el tradicional pavo de Navidad, que era casi lo único que mi madre cocinaba a lo largo del año.


Fue una sacudida impresionante y profunda que me llenó de emoción, lloré. Hoy que escribo estas líneas me vuelvo a llenar de esa emoción que me hace llorar de alegría.


La mesa estaba como se ponía para esa ocasión: el mantel, los cubiertos de plata y la vajilla navideña que solo se usaba ese día; y así transcurría la fiesta y yo en medio de ella, fascinado. Entonces, todos me voltearon a ver y dijeron: “¡Disfruta la vida con alegría! ¡Aprecia todo lo bello que la vida te da!” Me sentí bendecido y volví a llorar.


Todo quedó grabado en mi corazón y así lo conservo, fresco, presente. Es de esos eventos que me hacen hallar y revivir lo que en mi interior habita y que, por diversas razones –que no son materia de esta historia– tal vez no fui consciente en su momento y fui empolvando, envuelto en el quehacer y las preocupaciones de todos los días.


Así encontré ese maravilloso tesoro escondido en el fondo de mi alma.


Cancún, Quintana Roo, diciembre de 2017.

 
 
 

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