Dejar Atrás el Sufrimiento y el Dolor. ¡Libéralo! ¡Libérate!
- Rafael Govela
- 14 ene 2019
- 2 Min. de lectura

¡Qué bárbaro, qué duro es quedarme postrado, exhausto, sin energías, con ese profundo malestar que me generan las quimioterapias, especialmente las pasadas!
La cabeza tan pesada, que ningún remedio la despeja, y a ello se suman muchas otras molestias que no detallo, pero que en su conjunto me imponen un enorme desafío.
Como ya he comentado, al enfrentar este desconcierto me ha llevado hasta mi interior, donde encuentro fuerzas para sostener, a pesar de todo, mi mejor ánimo y no dejarme marchitar en la angustia y la depresión.
Acostado en mi cama, en el silencio de la noche o, a veces, en la madrugada, cierro los ojos y respiro profundamente reteniendo las inhalaciones y las exhalaciones, pronunciando mi mantra favorito, elegido hace muchos años: “Señor mío y Dios mío”.
Busco y me dejo envolver por ese ambiente de paz que vacía la mente de todos los pensamientos, buscando mi ser, mi interior, hasta asir la calma y despedirme del malestar de los temores e inquietudes.
Recorro mi cuerpo parte por parte, órgano por órgano, cada pedacito. Lo bendigo. Hago respiraciones muy hondas, y entra la luz, una clara luz blanca y prístina que dirijo al corazón, y ahí la lleno de amor, de mi amor, y la voy llevando a cada célula: la cabeza, las neuronas, los ojos, los oídos, la nariz, la boca, y todo, lentamente, se ilumina.
Transito todos los nervios, que viajan a lo largo y ancho del cuerpo. Los pulmones, el propio corazón y el sistema de venas y arterias llevan la sangre y con ella la luz, la vida.
Sin prisa, acaricio y llevo un mensaje de gratitud al estómago, los intestinos, el páncreas, el hígado, el bazo, los riñones, la vejiga, los genitales, los músculos, el esqueleto, la piel. Los voy mirando con suavidad, agradezco a cada uno, los bendigo.
Solo, en el silencio, floto, me abandono y me integro al espacio infinito. Exhalo todo lo malo, todo dolor, todo sufrimiento, y las preocupaciones se disuelven. Estoy en paz, sin temor, con Dios. Que todo fluya, que el viento cambie. Mañana será otro día. Amén.
Imagino a las personas que quiero, a las que conozco y a las que no que, con el cáncer, sufren. Hay tanto sufrimiento en el mundo y tantas personas que desconocen la luz para luchar, que no saben qué significa el reto que la vida les puso en su rumbo y quedan en el desamparo.
Las imagino, descubro su angustia y hacia ellas proyecto mi energía. Me les uno, las abrazo, les mando esa divinidad que habita en mí: “Que salgan de su pena y sus confusiones, que encuentren consuelo y paz mental, y encuentren el sentido de su aflicción”, les digo.
El párrafo anterior está inspirado en El libro tibetano de la vida y de la muerte, de Sogyal Rimpoché, a quien agradezco profundamente su devoción y entrega. Les recomiendo esta lectura, en la que he reencontrado muchos alientos y verdades y a la que recurro con frecuencia.
Dice en la solapa del libro: “Podemos empezar, aquí y ahora, a encontrar sentido a la vida. Podemos hacer de cada instante una oportunidad para cambiar y prepararnos de todo corazón, con precisión y serenidad, para la muerte y la eternidad.”
Lectura:
El libro tibetano de la vida y de la muerte. Sogyal Rimpoché, Ediciones Urano.
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