La Entrega Absoluta
- Rafael Govela
- 14 ene 2019
- 3 Min. de lectura

La entrega absoluta es la plena aceptación, descubrir que estamos en manos de Dios, sin plegarias llorosas ni expectativas. Todo lo que nos ocurre forma parte de la existencia. ¡No hay escapatoria! Lo importante es cómo reaccionemos frente a los acontecimientos.
Cuando los acontecimientos son buenos, positivos, y nos traen prosperidad, salud y bienestar, los recibimos con alegría y hasta llegamos a pensar que somos merecedores, inteligentes y exitosos. Nos sentimos muy bien, seguros y ufanos de nosotros mismos.
Cuando la vida nos trae acontecimientos malos, que nos generan pérdidas, dolor o sufrimiento, nos confronta con la adversidad, nos desconciertan, nos sacuden y nos encaran ante una incógnita que reta nuestra integridad. Entonces, ¿cómo los recibimos?, y nos preguntamos: ¿porqué a mí?, ¡no me merezco esto!, ¿Dios me ha castigado?, tal vez afloren culpas o sentirnos injustamente afectados.
Ahora con el cáncer, como lo comento en el artículo “Tomar decisiones, enfrentar con entereza”, decidí asumirlo sin quejas ni lamentaciones.
En el pasado, la vida me arrastró a una experiencia terrible que derrumbó mi mundo. Cuando yo, lleno de confianza, cabalgaba alegre por los sueños de la ambición y el éxito, siniestros personajes irrumpieron en mi camino y me destruyeron.
En aquel entonces, no supe cómo afrontarlo. Mi reacción fue la de ser una inocente víctima de la injusticia y de los apetitos y codicias insaciables de esos poderosos.
Con esa reacción espontánea, yo también me derrumbé y me llevó muchos años entender y entenderme. Con un gran trabajo y también con mucho sufrimiento, logré superar, salir del profundo pozo del rencor y la devaluación personal donde fui arrojado.
Aprendí la lección y, finalmente, logré desentrañar las enseñanzas de ese suceso tan adverso y aceptar mi responsabilidad. Desde entonces, decidí asumir lo que el azar me presentara con el ánimo de no dejarme arrastrar inerme por las circunstancias.
Ahora, frente al diagnóstico del cáncer, el desconcierto fue mayúsculo y me encaró a una incógnita terrible. Así que, echando mano del aprendizaje pasado, decidí, desde el comienzo, desafiar lo que viniese: la aceptación de la enfermedad y lo que ella trajera.
La entrega y la aceptación tienen un sentido activo, valeroso y bueno. Se derivan de la fortaleza interior. Es mover la voluntad para aceptar, sin oposición, los incidentes. No se trata de una resignación, ni de claudicar o de una huida que se derivan de la debilidad y la falta de entendimiento del sentido de los acontecimientos aciagos.
Tampoco de trata de trabarse en una lucha desesperada, nacida del rechazo o la negación de esta enfermedad tan dura, del rechazo de la realidad, que sólo generará más dolores, sufrimientos e incomprensiones. ¿A dónde me llevaría tal actitud?
Se trata de ser perseverante en la fe, reconociendo que soy parte de una realidad mucho más grande y amplia de mi pequeño mundo, por lo que es necesario supeditarme a la vida y dejarme conducir, pero hacerlo con conciencia.
Frente a este destino ineludible, ajeno a mi voluntad, puedo libremente decidir mi actitud, y elegí la actitud de entrega. Para ello, tuve que juntar las fuerzas interiores, ser objetivo y no desgastar las energías, sino encausarlas y concentrarme en el bien.
“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”, afirma el escritor inglés William Shakespeare, y, por su parte, Jesús dice: “No resistas al mal.”
Quise entrar en mi interior y darme cuenta de que todos estamos unidos, y que soy parte del universo. Contactar con mi espíritu, me llena de alegría, de vigor y de paz. Entonces, acepto mi destino y me mantengo abierto para recibir las bendiciones.
No tengo la necesidad de plegarias llenas de dolor, sino de mantenerme rezando fervientemente con devoción espontánea, activa y confiada (con fe); y entregarme plenamente en las manos de Dios, sin expectativas, como dice el poema:
Hace falta lograr soltarse,
izar las velas, abandonarse,
dejar que fluya, que el viento cambie,
cerrar los ojos y enmudecer.
Ese soltarse y abandonarse lo realizo con entrega, con la plena aceptación que se arraiga en mi total confianza en ese espíritu esencial que vive en mi alma, para fluir con libertad y no temer a dónde me impulse cuando el viento cambie. Me llevará y yo iré, ¿qué duda cabe?, a donde me lleve. Entonces, “cerrar los ojos y enmudecer”.
Septiembre de 2018
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