Las manos en el lago
- Rafael Govela
- 14 ene 2019
- 1 Min. de lectura

Me encontraba ensartado por infinitas agujas: cuatro en los brazos, diez en el pecho y el abdomen y otras como cuchillos en los pies, sobre la mesa de la acupuntura, en una terapia previa a la quimioterapia para proteger mis órganos internos.
Después de la quimio, se aplica otra terapia similar. He intentado seguir los tratamientos alternativos con la esperanza de apagar los efectos demoledores de la quimioterapia.
Estaba acostado en esa mesa, escuchando una suave música, con los ojos cerrados, tratando de no pensar en nada y sólo vivir ese momento, cuando, de pronto, percibí que flotaba en un lago, sobre aguas muy tranquilas y oscuras, pero a la vez luminosas.
Las paredes, la habitación, la mesa, la música… habían desaparecido. Sólo reinaban una profunda calma y mucha serenidad. Me rodeaba, a cierta distancia, una neblina blanca. De pronto, ligeras ondas me ciñeron y se fueron ondulando las aguas.
En ese momento, me di cuenta de que dos grandes manos, con las palmas abiertas, me sostenían. La neblina se alejó brillante, y un leve calor, lleno de ternura, me envolvió.
Un tenue amor, pero muy hondo, me cobijó; y, en medio del silencio, permanecí flotando (no recuerdo las horas) sostenido por manos que eran más grandes que mi cuerpo.
Así, envuelto por esa sublime visión, lleno de paz, me fui a la quimioterapia, pues me sentí protegido y presente en las manos de ese dios esencial que hallé dentro de mí.
Con estos regalos, el corazón se fortalece y sigue en este desafío que el camino me traza. No puedo naufragar guiado por la luz.
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